
La arrogancia del homo sapiens, plantea que es el intelecto del hombre el que determina la medida para cada ser. Dicho de otro modo, para que el conocimiento del hombre sea verdadero, éste no debe someterse a la realidad, al “ser y medida” de cada cosa. Es el hombre el que determina dicha medida y verdad. Esto ya lo afirmaba Protágoras en su tesis: “El hombre es la medida de todas las cosas...”
Pero si esto es así, entonces ¿cuál es el criterio que ha de garantizar al hombre la objetividad y universalidad de la Verdad?
¿Puede el ser humano decidir cual es la verdad respecto a sus actos, sean estos buenos o malos?
Si la moral es la ciencia que estudia la bondad o maldad de los actos humanos, decimos que debe existir una verdad sobre los mismos. Si fuese así, entonces el hombre debiera adecuarse a esa verdad con humildad y respeto y no pretender acomodarla a su conveniencia. Más aún, si analizamos la influencia que ejerce la Moral en la conformación de la Ciencia Política, descubriremos que algo no está bien en las actuales democracias, y que la causa es el acomodaticio relativismo intelectual, que está al servicio del Ego y no del Ser.
Hay que aspirar a un conocimiento de la persona humana que sea integral y veraz. Por ello la perfección, el desarrollo, la plenitud y trascendencia, la capacidad de amar y la propia felicidad, pueden ser esos criterios necesarios para determinar la naturaleza bondadosa de los actos humanos. Actos que conducen al bien y se oponen a la destrucción, al caos y la aniquilación. Pero ¡cuidado!, los conceptos basados en posturas extremas nos inducirán a visiones extremas de la naturaleza humana. El hombre no es sólo materia; pretender juzgar sus actos desde esa perspectiva nos conducirá a valorar sólo aquellas acciones que desarrollen al hombre materialmente. Por el contrario, si mi concepto del hombre es únicamente de un ser espiritual, daré un juicio de valor positivo sólo a las acciones que lo desarrollen espiritualmente.
Seamos honestos, el ser humano es una totalidad mayor, un ser integral que descansa en su propia moralidad. Es este marco regulatorio el que permite la continuación de la vida en el planeta, pues si acabamos con las normas éticas y con los derechos humanos, vamos en camino de acabarnos los unos a los otros, y esta destrucción comenzará por generar un vacío existencial, que nos alejará de la vida, de la plenitud y de nuestra propia felicidad. ¿Y todo por qué?...Por ser desleales con nuestra verdad. Por creernos el centro del universo y por miedo al encuentro con nosotros mismos.
Por Avedelsur